viernes, 13 de julio de 2012

Raúl

La columna de hoy está a cargo de @SoyLaQueFui. Cualquier parecido con la realidad es PURA COINCIDENCIA.


El vino estaría en mi escritorio a media mañana. Tenía puesta la ropa que –según yo- me quedaba bien (todo negro, así intentaría ocultar mi desbordante figura). El aviso a mi jefa de que saldría temprano de mis prácticas en el Municipio y a mis padres de que llegaría tarde  estaba listo. Solo quedaba esperar.

El vacío existencial que me dominaba intentando alejar la soledad de mis días con cualquier persona… Naaa, ¿a quién miento? Tanta furia sexual acumulada durante años me hacía pensar irracionalmente sin medir precaución ni temor; solo la adrenalina corriendo por mis venas me guiaba (bueno, también mi peluchito) a seguir adelante con mis planes de aquella tarde de verano.

No recuerdo bien cómo lo conocí. Solo sabía que era un tipo de una voz dulce y juguetona, que se llamaba Raúl, que tenía, creo, 23 o 24 años y nada más. No foto, no idea de qué le gustaba y qué no; tan solo sabía que tenía que conocerlo esa tarde, y así sería.

¿Qué pasaría? Ni idea. Solamente me había contado que tenía un pequeño departamento en alguna parte de Javier Prado y que, a veces, se encerraba allí para pintar… Y la invitación para ver sus pinturas me sonaron a excusa desde el primer momento, pero un par de desconocidos que se quedan como idiotas mirando cuadros mientras toman una copa de vino sin nada más que hacer sonaba tan normal como ir a tomar una taza de té con alguna amiga del colegio.

Así que, neceser a la mano, pasadas las tres de la tarde, corrí al baño del primer piso (que es el más alejado y sin sapos a la vista) para intentar arreglar un poco mi cara no tan arreglada, perfumar zonas que podrían sudar y arreglar ropa interior que pudiera ajustar, levantar y duplicar el tamaño de mis desproporcionadas formas. Vino en mano, cartera en hombro, salí presurosa al encuentro del desconocido.

No necesite ubicarlo; él lo hizo. Tal vez la botella de vino chinchano en mi mano me delató, pero, en fin, lo hecho estaba hecho.

Un poquitín más alto que yo, rulos al por mayor cayéndole por los hombros (¡Pff! Otro hombre con el cabello más largo que el mío...), tez blanca, labios pronunciados, aspecto de rockero incomprendido (ahora que cuadro mis ideas, tiene un gran parecido a Mario Hart, el corredor de autos. Claro, agregándole el cabello y la ropa) ¡Ah! Y los botines, esos militares que tanto me gustan.

"Hola" aquí, "¿qué tal?" allá, un "guapa" aquí, un "gracias" allá. Y así, ¡puf! En tres minutos ya estaba metida en un taxi con él, camino a su depa a tomarnos unas copitas de vino, sanamente.

La conversación dentro del taxi fue tan efímera como mi interés por sus obras de arte. Solo pensaba en lo bonito que se vería en las reuniones de la oficina, o tal vez acompañándome a las fiestas de la familia... Bueno, mi madre no lo aceptaría. "¡Ese pelo, hija! ¡Ese pelo!", diría. Pero, a estas alturas, ¡¿a quién le importaba su pelo?! "Solo piensa, mami, qué lindos nietos tendrías…" Dejé escapar una risita nerviosa cuando bajábamos del auto que, claro, él no notó.

Llegamos a una zona residencial, que nunca había conocido (bueno, mi experiencia en calles era sumamente limitada, nací en Miraflores, estudie en Miraflores, trabaje en Miraflores, así que conocía .. a ver.. Miraflores?) Y me asalto la frase de Miña como una cuña en mi cerebro: “y si te pasa algo? – me había dicho- ten mucho cuidado”  demasiado tarde amiga, pensé, no me había percatado como demonios era que había llegado allí, ninguna avenida principal a la vista, ni carros de transporte público, nada! Solo una serpenteante sucesión de callecitas que me llevarían a algún lado si corría, me dejó un poco menos intranquila.

La casa tenía montón de pisos. “Ten cuidado -me dijo-. Intenta no hacer ruido y sube por esta escalera de caracol hasta donde te diga”. "¡Chispas!", pensé. ¿Sin ruido? Es decir, ¿se olvidaba que tenía tacones? En fin, subimos hasta llegar a un cuarto de puerta marrón oscuro, casi en el cuarto piso, creo. Entramos y el aspecto me chocó. Una cama, una tele, un inodoro y una ducha tipo de esas que hay en las cárceles (no es que haya estado en una, solo que veo algo de tele). Es decir, todo incorporado dentro de la habitación: sin separaciones ni nada, lo que significa que el inodoro estaba a pasos de la cama. Si quería hacer pis, pues, no habría escapatoria de que él tuviera que verme, y si tenía que cambiarme y arreglarme antes de salir, también estaría como sombra tras mío, y si –a estas alturas ya pensaba en todo- tenía que bañarme, también estaría cual espectador mirando desde la cama. Me frikié.

Pero, a pesar de eso, la habitación tenía una linda ventana que daba a un parque lleno de árboles altos y verdes. ¿Verde esperanza?

"Comparto el cuarto con un amigo -me dijo-. Él viene de vez en cuando. Es skater. Mira, esa es su foto. De una revisión rápida, me di cuenta de que el cuarto en sí era del amigo, no de él, y que de pinturas no había absolutamente nada, y que la casa era de la tía del amigo, o de algún familiar (fácil su mamá o qué sé yo), y que eso se debía a la petición de "shh" que me había hecho al entrar. Me frikié aun más.

Conseguimos abrir el vino con un cuchillo. Corcho dentro de la botella, comenzamos a beber sentados en la cama viendo la tele, algún programa musical y conversando tonterías. Mi mente ya volaba. "Sal de allí. Acábate el vino y sal". Pero el peluchito no pensaba igual, así que nos acabamos media botella y comenzó lo bueno.

Acabé desnuda en un tris. Sus ropas volaron por todas partes con la misma rapidez.

La danza sexual comenzó como un ligero vals para tomar un tono metalero, después acabando con un merengue súper acompasado. Nuestros cuerpos se movían como si tuvieran años de conocerse o como si supieran por dónde tenían y querían ser tocados. Ya para entonces no pensaba. Inhibí esa parte de mi cerebro y solo me dediqué a sentir; sentirlo tan fuerte como tan ligero a la vez. Su cabello en mi rostro, en mi espalda y sus peticiones eran cumplidas hasta antes de que termine de pronunciarlas. Y así, de pronto, ya estábamos viendo el mismo canal de música, pero abrazados y acurrucados en la cama.

"Qué genial -pensé-. Sí que fue bueno". Tomé otra copa más de vino, mientras él hacía eco audible de mis palabras no pronunciadas. “Eso sí que estuvo de la puta madre… y amerita un poco…” 

Sentada a su lado pensé: "¿Un poco de qué? ¿Tal vez vino, o un poco de descanso para continuar? Ese “poco” no me quedó claro, hasta que vi que metía la mano debajo de la cama y sacaba una bolsita zip lock, de esas transparentes con cierre hermético. Dentro de ella había una especie de hierba muerta, y en cámara lenta vi por primera –y única– vez en mi vida cómo se armaba un cigarrillo de marihuana.

Ese era el “poco” que había mencionado. Oculté mi asombro y desaprobación con un comentario estúpido sobre el programa que estaban dando cuando me dijo “¡Hey! Disculpa mi falta de caballerosidad. ¿Quieres un poco?” ¡Santos vicios Batman! Nunca había fumado un pucho... Naa, solo prendía los cigarros a mi abuela cuando tenía 8 años, pero ¿un pucho y de marihuana? ¿Qué de malo y qué de bueno habría en eso? Decidí hacer lo que haría cualquier chica en mi situación (según yo): tomé el pucho como si nada, me lo metí a la boca, absorbí un poco (pero no me lo pasé), se lo di  y boté todo el humo que pude.

asta ahora me lo pregunto: ¿Fue, acaso, que fumé un poco o que, creo yo, solo hice la finta? Un caso más sin resolver.

Aún acostados en la cama sin saber qué hacer, empezamos a conversar y, de pronto, tocan la puerta:

- Jean Pierre, ¿estás allí?
- No, tía. Ahorita viene. Me llamó diciendo que estaba en camino.

Con una de sus manos me hizo señas para que me escondiera. La pregunta era... ¿dónde carajos me escondería? No había lugar seguro ni puerta ni pared que me ocultase y, peor aún, desnuda, así que le mandé una mirada diabólica que tradujo inmediatamente en “no abras la puerta porque no hay dónde esconderse”.

- ¿Raúl? Hijito, ¿a qué hora viniste? ¿Me abres?
- No puedo, tía. Estoy avanzando el proyecto de la universidad que vamos a hacer con Jean, y si abro se va a volar todo. Pero ahorita viene y bajamos los dos; no te preocupes.

Claro que la señora no se lo creyó porque estuvo tocando la puerta cada dos minutos.

- ¿Ahora sí me puedes abrir?

Las excusas se le acababan a Raúl, así que decidimos arreglarnos, esconder debajo de la cama el vino (ahora que lo pienso, ¿que más tendrían escondidos bajo la cama esos dos chicos? Fácil y encontraba bolsas de condones, revistas  de sexo y más marihuana), sentarnos viendo la tele y hacer como que no pasó nada, hacerme pasar como una compañerita de la universidad y, dada mi pinta, una chica lo suficientemente seria como para hacer cualquier tipo de cochinada en una habitación. Su tía o lo que sea no sospecharía en absoluto que esa habitación olía a pecado...

Hasta que sonó la abertura de la puerta con una llave, mi corazón ya se quería salir del pecho, y mi mente volaba con miles de excusas que le daría a la tía del amigo ("voló" del verbo pensar, no del verbo vuela vuela…), cuando, de pronto, entra una figura delgada, alta, del mismo aspecto que Raúl, pero con la tez ligeramente bronceada. Era Jean Pierre.

Se sentó entre nosotros. Vinieron las presentaciones. Raúl sacó el vino, mientras Jean Pierre me contaba que era skater y que acababa de venir de Brasil, de un torneo sudamericano. Puso unos videos de sus “hazañas” sobre bases y formas altas y de esas que los skaters hacen, creo, pero comencé a percatarme de algo: curiosamente, tenía a Raúl sentado a mi izquierda y a Jean Pierre sentado a mi derecha, y el espacio entre los tres cada vez se iba aminorando mientras la conversación se iba calentando. No tomé conciencia de la cercanía de los dos, pues la conversación en sí estaba interesante. Intercambiamos mails, información de lugares, gustos, hasta que una pequeña parte de mi cerebro reaccionó colocando un cartel de ¡peligro, peligro!, así que me paré y les pedí que me acompañaran, pues ya era algo tarde y mañana tenía que trabajar. Me pidieron que me quedase para acabar el vino, para comprar algunos snacks y acabar la noche, pero ya mi subconsciente estaba en un carro camino a mi casa, así que, cortésmente, me negué y nos fuimos por el camino serpenteante a un paradero que jamás había visto.


Mientras me despedían en un taxi y yo, como idiota, mandaba besitos volados por la ventana, me di cuenta de que poquito o no, si tenía algo de marihuana en mi sistema, no hubiese hecho tanta estupidez si no la hubiese tenido, pero menos mal que no fue la suficiente para que nublara mi mente y accediera a quedarme con los dos, que, al parecer era, lo que tenían en mente. 

"No llegaría a tanto", dije bajito, mientras reía como imbécil mirando por la ventana de atrás.

7 comentarios:

  1. La histerica, darling.. Gracias por las fotos. Estan bonis =]

    ResponderEliminar
  2. AY QUE LINDAAAAAAAAAAAAAAAAA..... que lindaaaaaaaaaaaaaaaa.... retiro todo lo dicho... LO RETIROOOOO!!!!!

    ResponderEliminar
  3. buena historia y muy bien escrita

    ResponderEliminar
  4. me gusto muchooo!!! :) buenaaa
    @kitschada

    ResponderEliminar
  5. Esto se esta convirtiendo en "era tabu" jajaja
    @hugotapping

    ResponderEliminar
  6. Detalles detalles xD jajaja.
    @Loco_Cuerdo

    ResponderEliminar