viernes, 28 de septiembre de 2012

"POR FAVOR, CREÁNME"


Eran casi las 6 de la tarde. Había quedado en encontrarme con esta importante persona a las 5 en el Dunkin Donuts de Javier Prado. Pero a escasos minutos de la hora pactada, me llamó al celular y me dijo que había tenido un pequeño percance y que tardaría una hora más. Yo acepté sin dudarlo y esperé con tranquilidad. Me sudaban un poco las manos y estaba algo nervioso porque era la primera vez que iba a entrevistar a una persona de tanta importancia. Sin embargo, ya estaba decidido y tenía muy claro cuáles eran las preguntas que le iba a realizar.

Se empezó a poner feo el clima: algunos truenos sonaron y llovía fuertemente. En definitiva, algo muy raro en Lima. Se empezó a oscurecer el cielo y yo me comenzaba a preocupar, cuando oí repentinamente el chirrido de unas llantas frenando en seco. Volteé velozmente y empecé a escuchar miles de cláxons sonando uno tras otro a todo dar. “¿Qué diablos ocurre?”, me pregunté. Y por fin pude verlo.

Un auto negro de lunas polarizadas se había estacionado en mitad de la pista sin previo aviso obstruyendo todo el paso a los demás. “¿Qué clase de sujeto enfermo hace eso?” pensé, hasta que escuché un grito fortísimo de parte del chofer: “¡CÁLLENSE, PUTOS DESGRACIADOS! ¡YO SOY EL RECTOR DE LA PUCP! ¡A MÍ NADIE ME VA A JODER!” y vi bajarse a Marciano Rubio del vehículo corriendo para llegar hacia donde estaba yo, mientras mantenía una sonrisa de niño, como de quien había jugado una broma.

Hola, tú debes ser Pucpto”, me dijo sonriente al llegar al punto donde me encontraba, como si ignorara las decenas de cláxons sonando atrás. “Hola, usted debe ser Marciano”, le respondí y le intenté dar la mano. “¡¿Qué haces, ADEFESIO?! me dijo fuertemente. A Marciano Rubio NADIE LO TOCA”. “Está bien”, le respondí muy asustado mientras retiraba mi mano.

Pero, señor Rector, creo que usted debería mover su carro de ahí. Está obstruyendo el tráfico y, además, cualquiera se lo puede robar”. Se rió en mi cara y me lanzó una bofetada. “No seas estúpido. Esos carros, con el dinero de la PUCP, se sacan en dos minutos. Solo mueves unas cosas aquí y allá y ¡ZAS!, un carrito nuevo. Si quieres te regalo ese”. “¿En serio?”. “NO –me respondió y me lanzó otra bofetada–. Y ahora avancemos con la entrevista, pobre”, me dijo mientras soltó una carcajada.

Me enojé muchísimo por la humillación, pero evité causar disturbios porque no quería perder la oportunidad de conversarle.  Tomamos un taxi ante la insistencia del Rector de no recuperar su carro y nos dirigimos hacia su oficina para iniciar la conversación.

Al llegar, nos sentamos en una pequeña mesita.

Yo: Señor Rector, ¿no cree usted que hubiese sido más sencillo venir hasta acá en el carro que usted tenía en lugar de un taxi?

Marciano Rubio: Pues, es obvio que no.

Yo: ¿Por qué?

Marciano Rubio: ¿Ya empezamos con la entrevista o qué?

Yo: No, solo era curiosidad.

 Marciano Rubio: Pues a la curiosidad se la comió el Vaticano, así que acá no hay nada más que hablar.

Yo: Está bien. No le molestaré más –y Marciano sonrió.

Lo primero que noté al llegar fue que a todos los objetos que tenía en su oficina les había colocado papeles con nombres que no les correspondían. Por ejemplo, el engrapador tenía pegado un papel que decía “Botella”, el escritorio uno que decía  “Impresora”, la foto de cuando lo nombraron rector de la PUCP, uno que decía “El mayor error de mi vida” y así con cada objeto.

Yo: ¿Qué significan esos papeles, Rector?

Marciano Rubio: ¿Cuáles? ¿Los de los nombres? –se rió–. Eso es algo muy normal. Verás, en la vida llega un punto en el que, si bien te pueden cambiar los nombres, conservas el nombre del alma. Las cosas cambian de nombre siempre, así que, si algo cambia de nombre, tú debes tomarlo como normal, puesto que se cambia el nombre.

Yo: … ¿Lo dice por lo de la PUCP?

Marciano Rubio: Sí, pero no le digas a nadie.

Me pareció una terapia un poco extremista para asimilar lo del cambio del nombre a la PUCP. Sin embargo, le resté importancia y proseguí.

Yo: Bueno, Rector, pues...como usted sabrá, últimamente varios alumnos de la universidad, así como medios, han empezado a usar palabras como “Marciano Rubio” y “el mejor rector” en la misma oración,  junto con otras como “Se cree” o “Jamás va a ser”. ¿Qué opina usted de eso?

Marciano Rubio: Bueno, existe un sector ocultista de la iglesia que nadie puede negar y que se dedica a despotricar contra mí y la institución incansablemente, a raíz de todo este asunto de los testamentos y la adecuación de los estatutos. Pero la verdad es que ese juicio ya lo tenemos ganado.

Yo: ¿Cómo está usted tan seguro de eso? Al menos, los nombres ya los perdieron.

Marciano Rubio: ¿Qué? –­­soltó una risa soberbia Acá la iglesia en nada nos ha ganado. Esos nombres ya iban a cambiarse. Estaban viejos y obsoletos. Además, ya te expliqué que todos los nombres cambian. Todo cambia.

Yo: Pero en el Tribunal Constitucional también dieron un fallo en su contra, señor Rector.

Marciano Rubio: ¿Qué? –volvió a reír. No seas tonto. Eso también está controlado. Solo es cuestión de contratar mejores abogados. Unos por allí, otros por allá y estaremos en la cima. Tranquilo muchacho. –y empezó a tararear todo va a estar bien.

Yo: Pero, rector, ¡USTED NO PUEDE NEGAR TODO! ¡Dése cuenta que en el juicio van mal!

Grité por instinto y por desesperación al ver su actitud obstinada. Marciano se levantó mirándome fijamente y se acercó como para darme otra bofetada. Sin embargo, cuando lo iba a hacer, se frenó y, por alguna razón rara, empezó a temblar.

Marciano Rubio: ¿Quieres que te diga el secreto de todo?

Yo: ¿El secreto del caso PUCP?  

 Marciano Rubio: ¡No! Te hablo del secreto de TODO. Te hablo de EL SECRETO.

Yo: Pero no entiendo. ¿A qué secreto se refiere?

Marciano Rubio: ¡El secreto de todo! ¿Quieres conocerlo?

Yo: Pues supongo que…

No pude terminar de decir la frase, cuando súbitamente Marciano Rubio empezó a bailar como si de un muñeco se tratase, dando muchas vueltas sobre su eje, mientras yo lo veía bastante asustado.


Empezó a reír fuertemente y lanzó, de la nada, muchos billetes al suelo, alrededor de los cuales comenzó a danzar, mientras cantaba alegremente ¡El secreto, conocerás! ¡El secreto, conocerás!

Estaba completamente asustado, cuando, de pronto, una fortísima luz iluminó la oficina y entró un resplandor tan fuerte que me cegó.

Tan solo pude recobrar la vista luego de un rato. Y lo que observé fue espeluznante, puesto que, en frente de mí, a quien tenía ya no era el Rector Marciano Rubio, sino el Cardenal Juan Luis Cipriani.


Cipriani: JA JA JA JA ¡Humano estúpido! ¿Ahora lo comprendes todo? ¡Yo lo manejo todo! Soy el gran canciller.

Yo: ¡¿Qué demonios ha pasado?! ¿Cómo hiciste eso? ¿Qué pasó con Marciano Rubio? –le grité.

Cipriani: ¡¿Marciano Rubio?! JA JA JA ¡El rector no existe; son los padres! Perdón, ¡es la iglesia! ¿Acaso crees que somos tan tontos como para dejar que una propiedad nuestra sea administrada por algún patán? ¡No! ¡La iglesia siempre lo ha tenido todo bajo control!

Yo: ¡Esto tiene que saberlo el mundo entero! –dije mientras me apresuré a coger mi grabadora.

Cipriani: JA JA JA JA Estúpido. ¡Nadie te va a creer! ¡Desde que viniste anulé tu grabadora descomponiéndola con mi bebé!

Yo: ¿Con un bebé?

Cipriani: Sí, ¡con un bebé! –y me mostró un destornillador con un papel que decía “bebé”.

Yo: Su puta madre. Cabrón. ¡Las pagarás!

En ese momento, me apresuré a lanzarme contra él; sin embargo, una fuerza extraña me repelió y me dejó completamente inmóvil. 

Yo: No puede ser. ¡¿Ahora qué está sucediendo?!

Cipriani: No seas tonto. Aún ni he terminado de enseñarte la verdad y ya te pones atrevido. Tenías que ser un humano ridículo.

Yo: Usted también es humano, por si no lo sabe.

Cipriani: JA JA JA. De eso quería hablarte.

Me pregunté, con mucha intriga, qué iba a pasar, cuando entonces una luz fortísima inundó nuevamente la habitación, no permitiéndome observar nada. Quedé completamente cegado, al mismo tiempo que continuaba inmóvil. Hasta que recuperé la visión y lo observé. “¿Ahora sí me crees que soy el gran canciller?” me dijo y soltó una estruendosísima carcajada. Me quedé sin palabras y tan solo lo observé.


Era Palpatine. El gran canciller de Stars Wars. Al frente de mí.

Fue tanto el impacto que no pude decirle nada y caí inconsciente. Solo llegué a escuchar pequeños gritos que decían “¡Soy el único gran canciller!” y “¡A mí nadie me va a joder!”, mientras sonaban estruendosas risas y frases que hacían alusión a lo tonta que era la gente y el poder que él iba a lograr.

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Al día siguiente amanecí en mi casa con un fortísimo dolor en la espalda baja y con un papel que decía “UPTO JAJAJA”, así como cientos de recuerdos confusos. No tenía idea de lo que había pasado. Me apresuré a buscar mi grabadora, pero, tal y como me lo había dicho, estaba averiada. Sin embargo, tras horas de refacción, pude escuchar la cinta al revés, obteniendo frases como “Eres puto” o  “No conseguirás oír nada”, lo cual me frustró mucho. Sin embargo, amigos, todo lo que cuento es verdad. Solo necesito que confíen.


Difundan, por favor, este texto para que nada aquí quede impune. Se los pido. En este momento me estoy mudando con mis tíos de Bel Air.

¡Por favor, creánme!

4 comentarios:

  1. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJa Eres el mejor te amo PUCPTO me declaro un PUCPTENCIO eres el mejor de los mejores. Te idolatro.

    @tumbluroso

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  2. e_e eso explica muchas cosas.

    @guillesero

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  3. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAAJA quemado de mierda te amo con todo mi FUAAAA...

    @Lalocoxy

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  4. JSAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAAJAAJAJAJAJA ME MEO

    @Loutrengen

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